Hasta la muerte…
Él le dijo: Señor, dispuesto estoy
a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte (Lucas 22:33).
Tú también estabas con Jesús el Nazareno –dijo impertinente aquella
criada señalando con su índice esquelético… pero el mayor de los valientes tuvo
un miedo de los peores, tal vez aquel momento le podía llevar hasta la muerte…
pero ¿qué sería de su esposa y de sus hijos? ¿Quién cuidaría bien de
ellos? Acaso por un desliz de desventura
o a lo mejor una quimera imposible que existiera, que aquel gran hombre
verdaderamente pereciera o que de veras se cumplieran las palabras que hacía unas pocas horas con arrojo él
dijera -estoy dispuesto a ir contigo no
solo a la cárcel, sino también hasta la muerte (Lucas 22:33).
¿A la muerte? Se cuestionaba aquel cobarde, que
hacía unas cuantas horas había sido un valiente, pensándolo otra vez. Porque muchas veces no somos capaces de
hacer aquello que pensamos o anhelamos para agradar a nuestro Dios, nos
acobardamos sin sentido pensándolo dos veces...
muchas veces cantamos miles de promesas al Creador que está en los cielos,
sin embargo, le fallamos a lo grande cuando vemos venir la realidad.
Somos habladores de grandezas pero hacedores de minucias, cantantes de
promesas pero cobardes en las penas.
Pero como Dios es Dios también de los valientes que se han acobardado,
amante de los pobres y Padre de los nadies; Dios que hace todo de la nada y aún
la vacuidad convierte en maravilla, perdona a los que se han arrepentido y los transforma
por Su gracia dando fuerzas de flaqueza y aliento cuando hay agotamiento. Vio lo que nadie había visto en aquel triste
varón, cuando él aún en medio de su espanto insistía en rechazar que hacía
algún tiempo le había conocido, gritando una ensarta de improperios… Vio con gran
amor a aquel mundano, sabiendo que un buen día verdaderamente cumpliría la
promesa, de ir con Él hasta la muerte.
Años después... Pedro, cumpliría sus palabras pasando por la cárcel y caminando hacia
la cruz (Juan 21:18-19), llevado por el cruel emperador de aquellos días, con
el rostro levantado y sintiendo un gran honor de ser ciertamente inmolado. Porque Dios se glorifica en los cobardes
haciéndoles valientes, en los que tienen miedo dándoles confianza, levantando a
los medrosos y haciendo de los débiles los más grandes de los fuertes.
Dios quiere que aquellos que se creen los valientes, entiendan que la verdadera valentía viene de lo alto y no de nuestras fuerzas... Dios quiere que el valiente se entere que es cobarde para que humillado hacia el polvo de la tierra, clame por denuedo y un buen día en medio de su triste cobardía reciba desde el cielo fuerzas verdaderas.
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