Al que más se le perdona...
Por
lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas
aquel a quien se le perdona poco, poco ama Lucas 7:47
En el mundo hay muchas personas
que tal vez no hayan llegado a ser adúlteras, prostitutas o asesinas simplemente
porque no tuvieron el valor de hacerlo.
Pero aunque nunca llegaron a consumar su maldad, el pecado nació en su
corazón por medio del odio, el rencor, la envidia, la avaricia, y la lujuria. El
problema es que a falta de consecuencias dolorosas, viven con la conciencia
tranquila y nunca podrán amar al Salvador, pues no han tenido la oportunidad de
conocer en carne propia ese momento en el cuál se está a punto de ser echado en
el fuego eterno y de pronto como por obra de milagro llega oportunamente el Redentor
y con un gesto maravilloso extiende su mano de misericordia y le rescata en el
mismísimo momento cuando ya se estaba consumiendo entre las llamas.
Para ser perdonados,
debemos arrepentirnos… pero para arrepentirnos, debemos haber entrado en ese
momento en que la tristeza te retuerce el alma, las llamas del infierno te
consumen y te llama a lamentar la maldad de tu corazón, haciéndote sentir
culpable hasta clamar por el perdón… ese
momento en el que aquella mujer no paraba de llorar lavando los pies de su Señor…
ese momento en el que pudo conocer la misericordia del buen Dios, conocer la
libertad de aquella situación, sintiéndose agradecida a tal punto de lavarle
los pies con las gotas de su llanto y usar de toalla sus cabellos.
Porque al que se le
saca de las llamas del infierno, jamás dejará de agradecer… al que se le
perdona en el momento de conocer de su sentencia, jamás dejará de amar a aquel
que le ha dado salvación.
¿Cuánto amamos al
Señor?
¿Cuán agradecidos
estamos de su eterna salvación?
Entre más nos
reconozcamos pecadores, más aprenderemos de cuánta misericordia usó para
nosotros el Señor, y más amaremos al precioso Redentor de nuestras vidas.
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