Hasta el más grande se deprime
y deseando morirse, dijo: Basta
ya, oh Jehová, quítame la vida…(1Reyes 19:4)
Allí estaba aquel gran hombre de Dios, tirado bajo un árbol gritando
su tristeza, deprimido delante de Dios, llorando de amargura y clamando por la
muerte… aquel hombre que hacía un poco
de tiempo había visto caer fuego del cielo delante de sus ojos, ese hombre que
había orado por lluvia y había visto respondida su oración de manera
impresionante. Ese hombre que había
visto la mano poderosa del Señor a su lado en cada momento de su vida, y que
era alimentado de modo sobrenatural en ese mismísimo instante, estaba
deprimido, porque era humano, no era un superhombre y sus pensamientos no eran
los pensamientos de Dios… no sabía lo que Dios traía bajo la manga.
Así se deprimió el poderoso profeta Elías, Así mismo David el dulce
cantor de Israel también escribió su depresión y su deseo de volar y
desaparecer (Salmos 55:6-7), Jeremías se quejaba del escarnio diario en su
ministerio (Jeremías 20:7), Isaías creía que había trabajado en vano (Isaías
49:4), Job maldijo el día de su nacimiento (Job 3), y así sucesivamente cada
hombre de Dios algún día cayó en la depresión, porque aunque vivían en lo
sobrenatural, no eran sobrenaturales, eran hombres de carne y hueso como tú y
como yo, y no miraban desde arriba de la tormenta, no lo sabían todo… no sabían
lo que Dios traía bajo la manga. Sin embargo,
algo que siempre los diferenció de todos los demás hombres y mujeres, eso que
los hizo seguir adelante aún en contra de las fuerzas de la naturaleza, aquello
que los hizo cantar aún en la mazmorra más profunda y les hizo levantarse aún
contra sus propias debilidades, fue la esperanza. La esperanza que no avergüenza, la esperanza
que los hizo ver la luz al final del túnel, esa esperanza que les dio la fuerza
de luchar en contra corriente. Ese
sentimiento que hizo decir a Job que a pesar de todo saldría como oro (Job
23:10), aquel fuego en los huesos de Jeremías, que no le dejaba darse por
vencido aún a pesar de la vergüenza (Jeremías 20:9), esa seguridad de que su Dios
siempre haría algo bueno para ellos aún de la situación más deprimente de la
vida. La seguridad de que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan
para bien (Romanos 8:28), porque los que esperan en Jehová siempre recibirán nuevas fuerzas, se levantarán con alas como de águilas (Isaías 40:31), nuevas fuerzas en medio de las depresiones más intensas, porque han creído que Dios tiene control de todas sus tormentas y siempre esperan la mano fuerte del Todopoderoso.
Es mi oración que todo aquel que pase por ese valle de la depresión,
pueda levantarse en esperanza, y que el gozo puesto delante de nosotros mande
aliento y fuego en los huesos, para seguir y volver a seguir en la senda
trazada para que al final todos lleguemos a la estatura del Varón perfecto,
Amén.
Comentarios
Publicar un comentario